Don Diego Palavecino es hoy uno de los habitantes más antiguos de este pueblito encantador. Don Diego conoce la historia de Cachi como la palma de su mano. Me lo encontré una tarde calurosa, y de inmediato se ofreció para acompañarme en mi recorrida por el casco histórico, por sus calles de piedra y sus casas de adobe, ladrillo y techo de cardón. A mitad de la caminata nos sorprendieron los acordes musicales de un “misachico” que bajaba de los cerros; por cierto algo nada común de ver. ¿Y qué son los misachico? Son procesiones que portan imágenes religiosas, y que realizan (sobre todo en el noroeste) grupos de campesinos que bajan desfilando de los cerros al poblado para homenajear a un santo, darles las gracias por algún motivo, o encomendarles el alma de algún vecino muerto a la Virgen del Valle. Generalmente llevan músicos que acompañan la procesión tocando diversos instrumentos musicales, como un tamborero, un cornetero y algún otro que bate el parche.
Cachi es un poblado como pocos. En él se combinan vestigios arqueológicos, testigos de antiguas civilizaciones, a lo que se suma la belleza natural que lo rodea, con varias alternativas para salir de paseo.
Un atractivo especial para senderistas y andinistas es llegar hasta el Nevado de Cachi, la imponente montaña que con sus 6.356 metros es el pico más alto de los Valles Calchaquíes. El Nevado está conformado por nueve cumbres y los deportistas pueden optar cual de ellas escalar.
Si por alguna razón desea volver a la capital salteña, puede hacerlo disfrutando de un fascinante paisaje que nunca olvidará; puede bajar por la Cuesta del Obispo, un tramo zigzagueante de la ruta provincial treinta y tres que conecta el Valle de Lerma con el Alto Valle Calchaquí. Unas centenas de metros antes de llegar al tope de su altura, encontrará con un mirador (Piedra del Molino), desde el cual tendrá un fascinante panorama de toda la extensión de la cuesta. En el zigzagueo costeará barrancos y precipicios, verá la Capilla San Rafael en Piedra del Molino a 3348 metros de altura. Pero tal vez no viaje solo: los vuelos de los cóndores lo acompañarán durante buena parte del trayecto. Cuentan antiguos pobladores que durante la época colonial, y hasta principios del siglo XX, un viaje como este podía llevar tres días de marcha.
Originariamente se denominó “Cuesta de la dormida del Obispo”, porque en 1622, monseñor Julián de Cotázar (tercer obispo de la diócesis de Tucumán), debió viajar desde la ciudad salteña hasta Cachi, y por un desperfecto en el carro que lo llevaba, tuvo que, incómodamente, pernoctar en la mitad de la cuesta.
Tanto en Cachi como en sus cercanías se pueden degustar excelentes vinos de altura con sello de autor. Algunas de las mejores bodegas de la zona son Colomé, Puma, Isasmendi y Finca El Cármen. Muchas de ellas ofrecen también alojamiento con todos los servicios incluidos.