La explotación del cobre tendrá un papel más que importante en el futuro cercano de la industria minera de la Argentina. En la actualidad, Argentina cuenta con 18 proyectos de cobre en distintas etapas de desarrollo, de los cuales al menos seis se encuentran en fases avanzadas. Entre ellos se destacan Taca-Taca en Salta, Los Azules y Josemaría en San Juan, MARA en Catamarca y El Pachón en la provincia de San Juan, que por su envergadura podrían posicionar al país entre los cinco principales productores del mundo hacia 2035. Según estimaciones de la Secretaría de Minería y del sector privado, la inversión necesaria solo en estos grandes emprendimientos asciende a unos 20.000 millones de dólares, mientras que la minería en general demandaría hasta 33.000 millones si se consideran también infraestructura, logística y servicios complementarios.
Este potencial no es meramente teórico. Proyecciones oficiales y privadas indican que las exportaciones argentinas de cobre podrían alcanzar los 10.000 millones de dólares anuales hacia el final de la década, comenzando a generar ingresos significativos desde 2027, cuando se espera que entren en producción los primeros proyectos de la nueva ola. A modo de comparación, ese nivel de exportaciones equivaldría a casi el 20% de lo que hoy exporta todo el complejo sojero argentino.
La oportunidad se vuelve aún más clara si se observa el contexto global. El cobre es esencial para la transición energética: vehículos eléctricos, paneles solares, turbinas eólicas, redes eléctricas inteligentes y sistemas de almacenamiento lo requieren en grandes cantidades. Según el Foro Económico Mundial y la Agencia Internacional de Energía, la demanda mundial de cobre se duplicará o incluso triplicará para 2050, y ya se proyecta un déficit global de 10 millones de toneladas para 2035, en un mercado que hoy consume cerca de 28 millones de toneladas por año.
En este tablero, Chile sigue siendo el líder indiscutido, con una producción anual cercana a los 5,3 millones de toneladas, lo que representa el 28% del total mundial. Sin embargo, la falta de nuevos proyectos y la caída en la calidad de sus minerales han empezado a ralentizar su crecimiento. Perú, por su parte, produce alrededor de 2,6 millones de toneladas, pero también enfrenta desafíos estructurales como conflictos sociales, demoras regulatorias y cuellos de botella logísticos. En contraste, Argentina todavía no produce cobre a escala significativa, pero cuenta con una cartera robusta de proyectos “greenfield” —es decir, nuevos desarrollos desde cero—, que podrían cambiar el equilibrio regional en los próximos 10 años.
Uno de los factores clave que está incentivando el desarrollo de estos proyectos es el recientemente aprobado Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), incluido en la Ley Bases de 2024. Este régimen reduce significativamente la carga fiscal y aduanera para los grandes proyectos, permitiendo que la presión tributaria total baje del 47% al 38%, lo que coloca a Argentina en una posición más competitiva que Chile (37–45%) y Perú (42%) según estimaciones de la consultora CRU International. A esto se suma la posibilidad de acceder a beneficios cambiarios, repatriación de dividendos y estabilidad normativa por tres décadas, condiciones altamente valoradas por los grandes fondos y compañías mineras internacionales.
El renovado interés global no se limita a buenas intenciones. Multinacionales como First Quantum Minerals, Glencore, McEwen Copper y Lundin Mining ya están comprometidas con inversiones en los principales proyectos. Tristan Pascall, CEO de First Quantum, señaló en una entrevista reciente con Financial Times que “Argentina es la próxima gran frontera del cobre”, y añadió que “el país tiene el potencial para sostener un crecimiento minero excitante durante varias décadas”. Por su parte, Michael Meding, vicepresidente de McEwen Copper, empresa que lidera el desarrollo de Los Azules, afirmó que “el cobre será el nuevo petróleo en el siglo XXI, y Argentina está en condiciones de ser protagonista”.
Sin embargo, no todo es viento de cola. Para que este potencial se materialice, el país debe garantizar estabilidad macroeconómica, seguridad jurídica y mejora en su infraestructura de transporte y energía. La minería, por su escala, requiere caminos, puertos, líneas eléctricas, agua y mano de obra calificada, elementos que en varias regiones cordilleranas del norte y Cuyo aún presentan grandes déficits. Además, si bien el RIGI ha despertado entusiasmo, también ha generado resistencia política y sindical en sectores que temen una desregulación excesiva o impactos ambientales mal gestionados.